La globalización genera oportunidades para que los movimientos sociales puedan transnacionalizar su acción colectiva. Y aunque este fenómeno no es nuevo, los movimientos sociales tienen hoy objetivos que van más allá del ámbito local, y se proyectan hacia intereses regionales o globales. Por ejemplo, el movimiento “Con mis hijos no te metas”, de base ultraconservadora, refleja el interés de múltiples organizaciones a nivel regional que buscan defender lo que ellos entienden como familia. Para tal fin, articulan acciones en toda América Latina, se reúnen en grandes congresos y establecen mecanismos de cooperación. Nadie cuestiona este movimiento regional como intervencionista, y está bien que así sea.

Asimismo, en tiempos más recientes, hemos visto como parte de la oposición peruana se ha comenzado a relacionar con partidos como VOX de España, organización que busca liderar la construcción de una plataforma común entre partidos políticos de la “Iberósfera” para frenar al comunismo (que, en la práctica, puede ser cualquier cosa ubicada a la izquierda del espectro político). Un movimiento xenófobo y radical europeo, ampliando sus redes en países como el nuestro, y con un discurso que denota intereses políticos evidentes.

Pues bien, RUNASUR es un poco más de lo mismo, un proyecto que busca articular movimientos sociales en la región. El cuestionamiento al papel de Estados Unidos y la importancia que adquiere la defensa de los recursos naturales, pueden expresar el carácter radical de esta propuesta, pero esto no significa una afectación a la soberanía de nuestros países. Es más, referirse a una América plurinacional es el reconocimiento de un continente con culturas y comunidades políticas distintas, con intereses comunes y una agenda política propia que trasciende los espacios de los Estados.

Respecto al liderazgo de Evo Morales en RUNASUR, nos guste o no, el expresidente boliviano es una personalidad que tiene la capacidad de aglutinar y ser el centro de un proceso que busca desarrollar un movimiento social transnacional con un marcado componente indígena, ejerciendo algún nivel de influencia en las sociedades de diferentes países. Esto tampoco es una novedad en la región. En estos últimos años hemos visto como políticos sin cargo público, pero reconocidos internacionalmente, han tratado de participar en procesos electorales en América Latina, en favor de uno u otro candidato. En la última elección peruana, Leopoldo López a la derecha y Evo Morales a la izquierda, fueron expresión de ello.

Pero creer que Morales tiene la capacidad de fracturar o dividir un país, o ejercer un nivel de influencia tal que permita “desmembrar” el Perú, no me parece posible. Esta narrativa es muy parecida a aquella que aún cree en el papel determinante de Cuba, Venezuela o el Foro de Sao Paulo en las recientes protestas que sucedieron en diferentes países de América Latina. Más allá de la popularidad que Evo Morales puede tener en el país, específicamente en el sur andino, creer que su apoyo es tal que puede fracturar el Perú en favor de una “nación aymara”, es una exageración que parece más alarmista que demostración de lo que realmente sucede. Por lo menos, en sus casi dos décadas de político, a Evo Morales no se le conoce intentos por afectar la soberanía territorial del Perú.

Todo esto no significa que no debemos estar atentos a situaciones que puedan implicar algún tipo de injerencia externa en el país. Pero tampoco podemos utilizar la palabra injerencia o intervención en términos tan generales. Bajo esta lógica, cualquier cosa puede reflejar una injerencia.

Irónicamente, Hernando de Soto, líder de la oposición peruana, se ha expresado a favor de algún tipo de intervención extranjera en el Perú. Expresamente ha señalado que está reuniéndose con personalidades de otros países para "comenzar a organizar (...) que entre la gente del exterior a dirimir si este es un gobierno legítimo o no”. Si bien su narrativa no tiene mucho sustento en la realidad, tiene el derecho de buscar apoyos internacionales en aras de legitimar su poco democrático pedido de vacancia contra el presidente de la República.

La democracia debe velar por el respeto a todas las personas, incluso aquellas que piensen distinto; más aún cuando buscan ampliar sus lazos con personas y organizaciones en otros países del mundo, a partir de una agenda y un accionar conjunto. Nuestras diferencias políticas no deberían impedirlo, ni a la izquierda ni a la derecha.

Hace varios años, cuando Mario Vargas Llosa -que ahora participa abiertamente en las elecciones chilenas a favor de un candidato- visitó Venezuela, se le acusó de injerencia en los asuntos internos por cuestionar al régimen chavista y se temió que fuera expulsado. Eso es justamente lo que hacen los gobiernos autoritarios.

(Ilustración: pressenza.com)